Los Lagares de Juana Molina
Cuando los montoreños queríamos
ir al campo y disfrutar de nuestra Sierra, haciendo un gran esfuerzo y no más
de una vez al año, recuerdo que las familias organizaban con semanas de
antelación, un perol o comida, con excursión bien a “El chorrito” o bien a “Los
Lagares de Juana Molina”.
Los espaciosos canastos de maleta
con asa en la tapa, se atiborraban de manteles, sobre todo, y de escasas
viandas conseguidas con dificultad. Aquellos momentos que vivíamos los más
“chicos”, eran momento inolvidables y los “grandes”, los vivían con gran
ilusión y satisfacción de haber podido llevar a su familia, al paraíso que
representa nuestra Sierra.
Camino primitivo que discurría junto a los Lagares.
Y es que entonces, la Sierra de
Montoro era el paraíso, un paraíso de todos. Tanto “El chorrito” con aquel
caudal inagotable de agua, llegada hasta allí desde la Onza, agua que en otras
épocas calmó la sed del montoreño; como “Los Lagares de Juana Molina”, con
aquellos “menchones” de monte que tan fructíferos eran para hallar el preciado
“faisán”, o aquellos prados alrededor de la casa con abundancia de
“vinagreras”, satisfacían los momentos de asueto y relax del montoreño cortito
de “taco”, que consideraba aquellos lugares como bienes propios, sobre los que ejercían un cierto dominio.
Vista de los lagares desde el nuevo camino abierto
El chorro de “El chorrito” se
secó, como consecuencia de la proliferación de edificaciones que más arriba nacían
como setas, en detrimento de las otras, los “faisanes”. Los montoreños sin
“taco”, los que no habían podido hacerse con un ladrillo ni más arriba, ni más
abajo, se vieron desposeídos de un bien básico, de aquella agua que con el duro
esfuerzo de un pueblo se traía de lejos, y pacientes y dominando su propia
sensibilidad, fueron dando por perdido aquel hilo de vida, observando la
pasividad de individuos que por su posición no debieron consentirlo, o de
quienes integrando, según ellos, movimientos ecologistas y animalistas,
permanecieron callados haciendo el “don Tancredo”.
Cancela al otro lado una vez pasados los Lagares, camino primitivo.
Pero quedaban “Los Lagares de
Juana Molina”, donde incluso de mozos fuimos de chavales a celebrar nuestro
sorteo de “quintos”, por costumbre familiar, una vez abandonado el pantalón
corto, ante la proximidad de nuestra incorporación a “filas”.
Lugar por donde discurría el anterior camino.
Terreno totalmente despoblado de vegetación
Quedaban…porque ya no quedan. Un
vallado joven y altivo de los llamados cinegéticos, nos ha prohibido el paso.
Prohibir está de moda, hoy más que antes. La abolición de ancestrales costumbres como eran éstas, es defendida por quienes deberían actuar de otra manera, por
quienes deberían de preservar la libertad y la igualdad de oportunidad de quienes carecen de “taco”.
Otra vista de los lagares desde el nuevo camino abierto, más abajo.
Ya no
podremos volver a revivir aquellas esperas, entre las dos luces del atardecer,
de aquellos espaciosos taxis que nos venían a recoger, que venían a recoger
aquellos espaciosos canastos de maleta.
Aquellas espaciosas furgonetas verdes
de Luis Sánchez “Pileta” o de Chanete, no volverán a ir a los Lagares de Juana
Molina, a traerse para Montoro a ninguna otra promoción de "quintos" o de
licenciados, de jóvenes montoreños en definitiva. Una valla puesta en el camino, no lo
permite. Una valla cinegética impide el disfrute de su Sierra, a quienes
carecen de “taco”. Hoy los que carecemos de “taco”, los que no hemos sabido o
no hemos podido hacernos con un ladrillo en la Sierra, somos más miserables que
nunca, porque el paraíso nos cerró las puertas.