lunes, 15 de julio de 2019

MONTORO: JUSTICIA IMPLACABLE

El 20 de mayo de 1845, en el sitio conocido como "Los Ríos de Varas" término municipal de Adamuz (Córdoba), en las proximidades del camino que desde ésta población conducía a Pozoblanco, tuvo lugar un robo en el que resultó herido de gravedad por arma de fuego al recibir dos tiros, uno de los arrieros que procedentes de El Viso (Córdoba) transitaban portando mercancías por aquel lugar. Dicho arriero aun cuando recibió doce heridas en total, pudo salvar su vida milagrosamente, quedándole como única secuela, la perdida de la visión de uno de sus ojos. Los demás arrieros que le acompañaban, resultaron heridos de consideración por los golpes y malos tratos recibidos y uno de ellos, con lesiones graves al recibir varios golpes en la cabeza.
Panorámica Ríos Varas de Adamuz
Por la forma de actuar y por el número de personas que participaron en su autoría, pronto se llegó a la conclusión de que estos hechos podían guardar relación, como así se demostró, con otros similares que habían tenido lugar el 18 y 19 de agosto del 1844 en el Arroyo de las Dos Hermanas en el Camino de Córdoba, y el 10 de abril anterior en las proximidades donde cuarenta días después, ocurrió el hecho criminal que nos ocupa.
En Montoro y desde el 1 de mayo de 1844, venía desempeñando funciones como Juez de Primera Instancia don JOSE MIGUEL HENARES AMICO, profesional experimentado, diligente y muy celoso del cumplimiento de la Ley, el que tan pronto tuvo conocimiento de lo ocurrido y al ser el Juez competente, ya que los hechos habían ocurrido en su Partido Judicial, al que pertenecían por entonces, además de Montoro, las localidades de Adamuz, Villa del Río y Villafranca de las Agujas (hoy Villafranca de Córdoba), no dudó un instante en desplazarse al lugar de los hechos, acompañado del Promotor Fiscal Señor Gutiérrez y auxiliado por miembros del recién creado cuerpo de la Guardia Civil. 
A lomos de caballerías, con la rapidez que requería el caso y sin atender a las inclemencias del temporal que reinaba en la comarca en aquel momento, dicho Juez junto con sus acompañantes, se constituyó en el lugar donde aceció el acto delictivo y tras recoger los testimonios de los testigos que presenciaron lo ocurrido y las pruebas que consideraron pertinentes, pusieron rumbo hacia Adamuz y posteriormente a Villafranca.
Arrieros junto al Río Varas de Adamuz
La activa y enérgica actuación judicial llevada a cabo, permitió la práctica de los reconocimientos correspondientes, los que dieron como resultado el descubrimiento en casa de los autores, de los bienes que habían sido sustraídos, procediéndose a la aprehensión de los mismos, así como a la detención de DIEGO ORTEGA de 25 años, natural de Arjonilla(Jaén), casado, conocido con el alias de "Diego el de Andújar"; DIEGO GIL de 34 años, natural de Mojacar (Almería), casado y domiciliado en Villafranca; FRANCISCO BATANERO de 35 años, casado, natural y vecino de Villafranca; JUAN CASADO de 48 años, casado, natural y vecino de Villafranca; JUAN MARTIN JURADO de 52 años, casado, natural y vecino de Villafranca; FRANCISCO VELEZ de 40 años, casado, natural y vecino de El Carpio (Córdoba); y al que ostentaba la jefatura de la gavilla, llamado ANDRES GONZALEZ alias "El Madrileño" de 58 años, casado, nacido en Mentrida (Toledo) y vecino de Bujalance (Córdoba), éste famoso delincuente que desde el año 1814, había venido perpetrando hechos similares por varios sitios de la península y sobre todo en la provincia de Córdoba, por lo que había cumplido prisión hasta el año 1840, en que fue puesto en libertad. 
Guardia Civil de la época que auxilio al Juez Henares
Los detenidos relacionados, fueron conducidos por los Agentes de la Guardia Civil que auxiliaban al Juez Henares, desde Villafranca de las Agujas (hoy Villafranca de Córdoba), hasta la Cárcel del Partido situada en Montoro en la calle Cervantes (hoy calle Molino), la cual había sido recientemente edificada en dependencias del desamortizado Convento de los Carmelitas descalzos ubicado en la Plaza del Charco, donde previa entrega del correspondiente mandamiento de prisión firmado por el Juez Henares, que encabezaba la comitiva, fueron ingresados en calidad de presos y a las resultas de la celebración del juicio correspondiente.
La dedicación que el Juzgado de Montoro con su Juez a la cabeza desarrolló, quedó patente en el hecho de que el sumario con casi 300 folios, fue declarado concluso en menos de 30 días y fijada la celebración del juicio, para la mañana del día 27 de junio de 1845, en la recién aperturada nueva Sala de Audiencia construida en el Convento de Carmelitas descalzos, contigua a la nueva Cárcel del Partido, la que fue inaugurada el día 15 del anterior mes de mayo y a la que se accedía, por la puerta del actual Circulo Primitivo.
El juicio se celebró con la concurrencia de los encausados, con la presencia de numerosísimo público montoreño y de otras personas venidas de fuera. En él se constató la indudable participación de todos y cada uno de los siete acusados, de los cuales cuatro se declararon autores de los hechos imputados y los otros tres, aun cuando no reconocieron su autoría, de las pruebas y testimonios que se llevaron a cabo, quedó probada legalmente su participación. 
Dibujo que  recrea las diligencias judiciales del Juez Henares
La sentencia dictada por el Juez Henares Amico fue una sentencia implacable,  siendo condenados Andrés González, Diego Ortega, Diego Gil y Francisco Batanero a la pena capital de muerte por garrote, y al resto, osea Juan Casado, Juan Martín Jurado y Francisco Vélez a la pena de privación de libertad a cumplir en los presidios de África y presenciar la ejecución de los condenados a muerte.
Ratificada la sentencia por los Tribunales de la Capital, osea por los de Córdoba, el 13 de agosto de 1845 se procedió a dar cumplimiento al fallo de la misma. Por lo que conforme a lo dispuesto en los artículos 31 a 46 del Código Penal de 1822, vigente en la época, días antes en la Plaza Mayor (actual Plaza de España), se procedió a la fabricación de un cadalso de color negro y sin adornos. 
El señalado día 13, a Montoro habían concurrido para presenciar aquel deleznable acto, un gran gentío procedente de los pueblos de los alrededores y muchos otros montoreños que venidos desde el campo donde residían habitualmente, llegaron atraídos por la curiosidad y por el hecho de que tuvo que transcurrir 21 años, para que se aplicara en Montoro castigo tan ejemplar, por la justicia ordinaria. Los paradores y posadas se hallaban al completo y los establecimientos de bebidas totalmente concurridos, desde el día anterior.
Cadalso y garrotes dispuestos para la ejecución
Entre las once y las doce de la mañana, los cuatros reos condenados a muerte y como estaba legalmente establecido, fueron conducidos desde la Cárcel del Partido hasta la Plaza Mayor donde les esperaba el cadalso y sobre él, un instrumento o garrote con el que se había de ejecutar la pena, maniatados y subidos en mulas, proclamándose cada 300 pasos los crímenes cometidos y por los que se les iba a aplicar tan dura pena.
El resto de condenados, que debían presenciar su ejecución como estaba recogido en la sentencia, marchaban detrás en dicho cortejo, hasta ocupar un lugar preferente ante el cadalso.
Durante el tiempo que los cuatro condenados a muerte permanecieron en la capilla, mostraron diferentes formas de afrontar lo que se le venía encima. 
Así Diego Gil y Diego Ortega, desde el mismo momento en que le fue notificada sentencia, se mostraron afligidos y arrepentidos, solicitando su entrevista con el Juez y Fiscal, a quienes pidieron perdón y confesaron otro robo de unas caballerías, para evitar que por este hecho fuera condenado otro preso, que se hallaba en la cárcel de Montoro, todo ello, antes de recibir la Sagrada Eucaristía. 
Confortados con auxilio religioso recibido, subió Gil al patíbulo con un gran valor e impresionante entereza, suplicando perdón al público allí presente y aconsejándoles que se abstuvieran de cometer ningún delito, para no verse en el penoso momento que él se encontraba. Por el contrario, Ortega subió al patíbulo casi sin fuerzas, con los rasgos totalmente pálidos y sin pronunciar palabra. 
Los otros dos reos, González y Batanero, pese a que ejercieron todas las diligencias como cristianos, siempre manifestaron estar convencidos de que aun cuando fueron muchos y muy graves los delitos por ellos cometidos, no merecían haber sido condenados a la última pena. González estando en capilla, aún se arrepentía de no haber dado muerte a su compañero Diego Gil, a quien en el último robo lo tuvo encañonado con su escopeta y al que acusaba de haberles delatado, así como de no haber apuñalado al Juez Henares que tan cerca lo tuvo el día que prestó declaración.
La afluencia de tanta gente a la plaza, no trajo consigo desordenes de ningún tipo, al revés, en todo momento los asistentes a la ejecución, mostraron sus sentimientos de acatar el cumplimiento de las penas impuestas.
Traslado de presos a los penales del Norte de África
Los tres condenados a presidio tras presenciar las cuatro ejecuciones, salieron al día siguiente con destino a los establecimientos penitenciarios situados al Norte de África, donde habían de purgar su pena. 
El Tribunal Superior hizo una mención especial honorifica, reconociendo el brillante y rápido trabajo desarrollado por el Juzgado de Primera Instancia de Montoro, felicitando al Juez señor Henares y al Fiscal señor Gutiérrez por el celo y actividad que habían mostrado en la sustanciación del sumario, de lo que pasaban la nota oportuna a la Junta de Gobierno.
Ésta sería la última vez que Montoro viviría un episodio como el relatado y en el que concurrieran las mismas circunstancias, osea, la privación de la vida en cumplimiento de sentencia judicial firme y la participación y presencia del pueblo en todo el acto de la ejecución, desde el comienzo hasta el final, para que sirviera de ejemplo a aquella sociedad y a su vez, tratar de conseguir humillar y desacreditar a las innumerables bandas de delincuentes que en aquellos días campaban a sus anchas, algunas con la ayuda y complicidad, de muchos de los que estuvieron presentes, presenciando aquellas cuatro muertes en aquel patíbulo.